* G. A. BÜRGER
Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges
(Tomado del libro "Historia de la Noche", de Jorge Luis Borges)
No acabo de entender
por qué me afectan de este modo las cosas
que le sucedieron a Bürger
(sus dos fechas están en la enciclopedia)
en una de las ciudades de la llanura,
junto al río que tiene una sola margen
en la que crece la palmera, no el pino.
Al igual de todos los hombres,
dijo y oyó mentiras,
fue traicionado y fue traidor,
agonizó de amor muchas veces
y, tras la noche del insomnio,
vio los cristales grises del alba,
pero mereció la gran voz de Shakespeare
(en la que están las otras)
y la de Angelus Silesius de Breslau
y con falso descuido limó algún verso,
en el estilo de su época.
Sabía que el presente no es otra cosa
que una partícula fugaz del pasado
que estamos hechos de olvido:
sabiduría tan inútil
como los corolarios de Spinoza
o las magias del miedo.
En la ciudad junto al río inmóvil,
unos dos mil años después de la muerte de un dios
(la historia que refiero es antigua),
Bürger está solo y ahora,
precisamente ahora, lima unos versos.
Jorge Luis Borges
(del libro "Historia de la Noche", 1976)
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Alrededor de 1984 compré una edición de las obras completas de Jorge Luis Borges. En el libro "Historia de la Noche" encontré este poema que me llegó muy hondo y funcionó como disparador de un cambio profundo en mi vida, y de la posibilidad de empezar a tocar música de memoria.
Es curioso, porque hasta hoy (23 de enero de 2020) creí que G. A. Bürger era un personaje ficticio inventado por Borges, porque me parecía que el poema se refería a él mismo, a pesar de que dice "sus dos fechas están en la Enciclopedia" (como efectivamente están). Yo no tenía una enciclopedia, y en 1984 todavía no estábamos conectados a internet, así que no pude hacer lo que acabo de hacer recién, buscar "G. A. Bürger" en Google. Ahí descubrí con gran sorpresa que Bürger existió realmente. Y no solo existió sino que además tradujo del alemán al inglés el divertido y disparatado libro de las Aventuras del Barón Münchhausen (que veíamos en video con mis hijas cuando eran chicas). Al pie de esta nota pueden encontrar lo que dice Wikipedia sobre Gottfried August Bürger, por si les interesa.
Pero el poema es indudablemente ambiguo y Borges probablemente se refiere a sí mismo tanto como Bürger. Pero lo que a mí me tocó tan hondo cuando lo leí, en 1984, fue esa lectura en la que entendí que hablaba de sí mismo.
Sentí que él se miraba a sí mismo desde un futuro lejano, y veía en perspectiva lo poco que importaban las cosas de su propia vida. Y eso me llevó a mirarme a mí mismo del mismo modo. Me acuerdo que pensé qué diría sobre mí una enciclopedia escrita dentro de unos 200 años, en el muy improbable caso de que una enciclopedia del futuro se ocupara de mí.
Y pensé que diría algo así como: "J. L. Tubert fue un maestro que enseñaba música en varias escuelas de una pequeña ciudad perdida en la Patagonia, una vasta extensión escasamente poblada de un país perdido en el tercer mundo. Un maestro que en sus ratos libres era aficionado a tocar la flauta traversa."
Esa perspectiva produjo un cambio muy profundo dentro de mí. Porque yo había estudiado flauta traversa en la Universidad Nacional de Cuyo, donde en 1974 gané el primer premio (compartido con un compañero flautista) de un concurso en el que participaban todos los alumnos de los distintos instrumentos, cuyo premio era tocar un concierto como solista con la Orquesta Sinfónica. Y fui becado por la Fundación Bariloche para perfeccionarme en Música de Cámara e Interdisciplina Artística con los Solistas de la Camerata Bariloche.
Y 10 años después de eso, seguía exigiéndome a mí mismo un nivel de excelencia en la flauta como si fuera el primer flautista del Teatro Colón, y me sentía mal por no dar la medida. Pretensión absurda teniendo en cuenta que en 1976 renuncié a la beca de la Camerata, dejé de estudiar y me dediqué a distintas cosas (armé suecos en una fábrica de calzado, hice pan casero, vendiéndolo por la calle, viví unos años de vida que podríamos llamar "monástica" en un "ashram", dedicado a la meditación y al servicio, y después de casarme y tener mi primera hija, poco a poco fui dedicándome cada vez más a enseñar música.
Al verme a mí mismo en esos términos, como un simple maestro de música, y un simple aficionado a la flauta, decidí que era ridículo que siguiera exigiéndome como si estuviera becado para estudiar música o trabajando en una orquesta sinfónica o en una universidad y que lo más razonable era considerarme como un aficionado con poco tiempo para dedicarle al instrumento, en mis horas libres (que eran pocas, porque enseñaba en tres escuelas y tenía alrededor de 1.000 alumnos).
Al considerarme desde ese punto de vista, me dije: "Ya que esto no es una profesión, sino simplemente una afición, un hobby, ¿Qué me gustaría lograr con la flauta antes de morir? " En ese momento tenía 31 años, de modo que podía imaginarme que viviría unos 40 o 50 años más. (de los cuales ya han pasado 24).
La respuesta surgió bien clara, y fue: "Antes de morirme, me gustaría llegar a poder tocar la Sonata en Fa Mayor de G. F. Häendel de memoria", una sonata que me pareció bellísima y me fascinó desde que empecé a deletrearla a los 16 años, cuando recién empezaba a tocar flauta. Pero a pesar de haberla estudiado durante años, y haberla tocado en público unas cuantas veces, me resultaba imposible tocarla de memoria. Lo mismo me ocurría con cualquier pieza que hubiera aprendido leyéndola de una partitura, como le ocurre a muchísimos músicos. Sin embargo, podía tocar de memoria sin problemas cualquier pieza que hubiera "sacado de oído" sin leerla.
Así que me senté en el borde de nuestra cama matrimonial (que había construido con un serrucho y un formón, usando restos de madera de pino del techo de la casa que acabábamos de edificar, con la ayuda de Beto Longoni, tío de mi esposa, quien me enseñó a hacerlo) y emprendí la aventura de memorizar la sonata.
Decidí hacerlo usando la partitura lo mínimo indispensable. Intenté sacarla de oído como había hecho con algunas melodías de música popular. Empecé a tocar lo que recordaba, que eran sólo un par de compases. Tocaba hasta donde podía, me detenía y volvía a empezar. Y curiosamente, después de varios intentos, descubrí con asombro que podía tocar algunas notas más. Y después de repetir ese fragmento unas cuantas veces, avanzaba otras notas más. Y así seguí, recurriendo a echar un rápido vistazo a la partitura solo muy de tanto en tanto, cuando me ganaba la impaciencia.
Como el tiempo que me había dado a mí mismo para lograrlo era de unos cincuenta años, no tenía ningún apuro, de modo que iba disfrutando cada mínimo avance, y cada minúsculo paso adelante lo sentía como un enorme éxito. Lo fantástico fue que usando ese método, demoré tal vez unas tres semanas en poder tocar la sonata completa de memoria, con sus cuatro movimientos. Por supuesto con algunos titubeos y errores, pero la tocaba y me sentía sumamente feliz y orgulloso de lo que había logrado.
Así empezó un proceso a través del cual fui avanzando año tras año y actualmente puedo tocar en público dos o tres horas de música de memoria sin problemas. En esto intervinieron varios factores, uno de los cuales fue el hacerlo sacando la melodía de oído, sin depender de la partitura. Pero tal vez lo más importante fue el cambio de actitud, el cambio de perspectiva que me generó ese poema de Borges. Porque debido a esa visión, me dispuse a aprender la sonata en lo que me quedara de vida, que estimaba podrían ser unos 40 o 50 años. Por eso puede hacerlo en tres semanas. Estoy convencido de que si me hubiera propuesto hacerlo en tres semanas muy probablemente hubiera demorado 50 años, y eso, si es que lo lograba.
Tendría mucho más para decir sobre esto, pero seguramente va a ir saliendo en otros textos de esto que estoy empezando a escribir. Tiene que ver con algo que ha sido y sigue siendo central en mi vida y que siento cada vez más presente: la percepción de la eternidad. Al percibir la eternidad, el tiempo transcurre mucho más lento, más pausado, sin apuro, un aliento es un acontecimiento prolongado, único e increíblemente lleno de belleza y de ternura. Incluso en algunos momentos, el tiempo llega a detenerse. Y esos instantes abarcan todo lo que ha sido, lo que es y lo que será.
José Luis Tubert
Gottfried August Bürger, pintura de Johann Heinrich Tischbein el Joven, 1771, Gleimhaus Halberstadt.
Gottfried August Bürger (Molmerswende, 31 de diciembre de 1747 - Gotinga, 8 de junio de 1794) fue un poeta alemán. Es conocido principalmente por traducir del inglés al alemán Los maravillosos viajes por tierra y por mar, guerra y divertidas aventuras del barón de Münchhausen de Rudolf Erich Raspe.
Estudio teología y fue profesor en la universidad de Gotinga, donde enseñaba estética. En 1784 moría su primera esposa. En ese mismo año es nombrado privatdozent de la universidad. En 1785 contrae matrimonio con su cuñada, que morirá meses más tarde, en enero de 1786. Un año más tarde, en 1787, es nombrado doctor honorario de filosofía; en 1790 se casó por tercera vez aunque dos años más tarde se divorciará, y fallece en 1794.
Perteneció a un grupo de poetas y escritores de Gotinga, con los que creo una nueva tendencia poética alemana, destacó por sus poemas folclóricos, entre sus obras destaca «Lenore», de 1773, poema largo que cuenta una historia de influencia vampírica, «Cazador salvaje», de 1778, y «Canción de un buen hombre», de 1778. Tradujo al alemán a Shakespeare y a Homero.
Pero es especialmente recordado por su traducción sobre las aventuras del barón de Münchhausen, que hizo que la personalidad de este personaje traspasara las fronteras de Alemania y se convirtiera en un personaje universal. En estas historias se permitió introducir algunas nuevas de su propia cosecha, y fue tan popular su versión que hizo que se olvidara la de Raspe, que era la original.