MI PRIMERA CLASE DE SOLFEO
Era 1968, el año del "mayo francés" y el movimiento hippie estaba en plena ebullición. Ese verano, con quince años, tomé un curso intensivo de dibujo, pintura y escultura con mi abuela, Cecilia Marcovich. Eran entre 6 y 8 horas de clases muy intensas todos los días. Me acuerdo que en esas semanas devoré "Cien años de soledad" de Gabriel García Marquez, leyendo casi toda la noche.
En febrero volví a Mendoza, y con mi amigo Carlos De la Vega nos fuimos "a dedo" a Chile de mochileros. Al llegar a la playa de Reñaca conocimos a unas chicas argentinas que estaban a punto de terminar la universidad, y quisimos hacernos pasar por estudiantes universitarios (mi amigo de Abogacía y yo de Arquitectura), pero como nunca tuve demasiada facilidad para la mentira, terminé confesándole la verdad a una de ellas.
Se llamaba Silvia Chernoff, y tenía en la carpa una flauta dulce y un tomo del Método de flauta de Akoshky-Videla. Cuando le conté que un par de semanas después iba a empezar a estudiar flauta traversa, me enseñó las primeras notas y al escucharme tocar me dijo que yo iba a ser músico, y que iba a ser muy bueno. Nunca me olvidé, porque resultó ser profético, a pesar de que en ese momento ni se me cruzaba por la cabeza la posibilidad de dedicarme a la música.
A la vuelta de Chile empecé el curso preparatorio para ingresar en la Escuela de Música de la Universidad Nacional de Cuyo. Y ahí tuve mi primera clase de Teoría y Solfeo, que fue un momento muy significativo en mi vida, por lo traumático.
Éramos más de cuarenta alumnos de edades muy diferentes, amontonados en un aula de la vieja casona de la Escuela, que quedaba en la calle Patricias Mendocinas. La profesora nos dio para hacer un ejercicio rítmico aparentemente muy sencillo, había que golpear sobre el banco primero con las dos manos, después solo con la derecha, de nuevo con las dos, y así sucesivamente.
Muchos lo hicieron sin ningún problema, a algunos les tomó un minuto o dos hasta que les salió bien, pero yo me encontré, desconcertado y avergonzado, con que me resultaba absolutamente imposible.
Era algo que no me esperaba, nunca me había pasado algo así. En la escuela mi problema siempre era que me aburría. No estudiaba nunca, y era casi siempre el mejor alumno. Hasta el punto que el año anterior, en primer año del colegio secundario había tenido el mejor promedio de los últimos cincuenta años.
Y de repente me encontré con que en esa clase de teoría y solfeo no solo no estaba entre los mejores, sino que era lisa y llanamente el peor.
Podía haberme acobardado y abandonado, pero dije “esto no me va a ganar” y me puse a practicar todo el día. Practicaba caminando por la calle, practicaba mientras esperaba el ómnibus, practicaba antes de irme a dormir, y practicaba en cuanto me despertaba por la mañana. Y dominar ese ejercicio tan simple, que los demás podían hacer sin mayores dificultades, me costó una semana entera de mucho esfuerzo. Pero al final lo conseguí.
Casi todo lo que aprendí en los años siguientes en las clases de Teoría y Solfeo tuve que enseñármelo a mí mismo de la misma manera, con tozudez y mucho trabajo. Y eso, que por momentos era terriblemente frustrante, años más tarde, cuando empecé a enseñar, descubrí que me era increíblemente útil.
Siempre recuerdo que cuando le pedí ayuda a Lars Nilsson, mi primer profesor de flauta, con algo que me resultaba muy difícil él me respondió con absoluta sinceridad : "No te puedo ayudar con eso, porque yo nunca tuve ese problema. Y uno solo enseña bien lo que le costó aprender."
Justamente una de las razones por las que soy muy buen profesor es que casi todo lo que aprendí en la música me costó muchísimo trabajo y esfuerzo. Es muy raro que me cruce con un alumno que tenga un problema que yo no haya tenido.
Casi siempre sé cómo ayudar a los alumnos, porque conozco el problema por dentro, porque alguna vez tuve que enseñármelo a mí mismo y logré resolverlo.
Muchos me preguntan cómo tengo paciencia para enseñarle a personas que no tienen ninguna facilidad para la música. La respuesta es que cada alumno es un desafío, y cuando logro ayudar a alguien a hacer algo que le parecía imposible, me inunda una alegría muy profunda y siento que la vida es maravillosa.