A raíz de la emoción tan profunda que me produjo escuchar ese solo de violín del primer movimiento de "El verano" de Vivaldi, empecé a buscar cómo empezar a estudiar música. En esos días, Guido Orlando, un amigo de mi hermana Vivian que estudiaba flauta, vino a casa una noche con otros músicos a tocar para nosotros, y ahí fue que empecé a interesarme por la flauta traversa.
En ese tiempo, la Escuela de Música de la Universidad Nacional de Cuyo tenía lo que llamaban el "Ciclo de Aplicación". Era un curso de cinco años en los que los adolescentes podíamos aprender a tocar un instrumento y lecto-escritura musical (que en esa época se llamaba "Teoría y Solfeo") mientras íbamos cursando el colegio secundario. De esa manera, al terminar el secundario estábamos en condiciones de ingresar al Ciclo Profesional, que duraba otros cinco años, para llegar a ser profesor de un instrumento.
Entre los instrumentos posibles , de entrada descarté el piano y la guitarra, porque eran tantos los que querían estudiar esos instrumentos, que para ingresar había que tener un nivel como para tocar una sonata de de Beethoven o algo equivalente. También descarté todos los instrumentos de cuerda frotada, (violín, viola, violoncello y contrabajo), porque me parecía imposible encontrar el lugar justo donde poner los dedos en un instrumento que no tiene trastes como la de la guitarra.
Nunca se me ocurrió considerar estudiar arpa ni percusión, vaya uno a saber por qué, así que me quedaban los instrumentos de viento. Los que me atraían eran el saxo, el oboe y la flauta. El saxo lo descarté porque en la Universidad no enseñaban saxo. Un día fui al ensayo de la orquesta sinfónica y a la salida hablé con el profesor de oboe, que también era el primer oboe de la orquesta. Él me explicó lo difícil que era preparar las cañas para ese instrumento, y cómo al ser de ébano, los cambios de temperatura podían fácilmente hacer que se rajara la madera. Recuerdo que pensé "esto no es para mí, seguro que lo voy a romper", y además el profesor me pareció una persona muy minuciosa, detallista y más bien obsesiva. Eso terminó de decidirme.
Elegí la flauta por cuatro motivos.
Por lo portátil y fácil de transportar (tal vez algo dentro mío ya intuía que iba a andar muchos caminos haciendo música)
Porque al ser de metal me pareció más resistente y difícil de dañar (yo nunca fui demasiado cuidadoso con las cosas)
Porque me pareció que la flauta servía para tocar todo tipo de músicas (clásica, folklore, tango, jazz, rock...), a diferencia del oboe, que me parecía mucho más encuadrado en la música clásica.
Porque el profesor de flauta de la Universidad, Lars Nilsson, era una persona con mucho carisma, que comunicaba entusiasmo, alegría y ganas de hacer música.
Han pasado ya cincuenta y dos años desde entonces, y la flauta ha llegado a ser casi una parte de mi cuerpo y su sonido una extensión de mi alma.